Nuestra espiritualidad
La espiritualidad de nuestro Instituto emerge de nuestro carisma y de los elementos que lo configuran: franciscano, misionero y mariano. Estos elementos son profundizados, interiorizados, desarrollados, vividos y compartidos por cada Hermana en la Fraternidad y en la misión. Ellos dinamizan nuestra vida, y exigen una actitud constante de apertura al Espíritu y una renovación espiritual.
Nuestra espiritualidad brota del ideal franciscano y nos lleva a vivir el Evangelio desde la fraternidad, la minoridad, la pobreza, la solidaridad, la sencillez y la alegría interior. El espíritu franciscano, que configura nuestra espiritualidad según la vivencia de Ana Ravell, se puede resumir en las características siguientes:
- - Considerar a Dios sumo Bien como Amor.
- - Ver en Jesucristo la revelación de este amor de Dios a los hombres conmemorando su Nacimiento, agradeciendo el don de la Eucaristía y celebrando los misterios de su Muerte y Resurrección.
- - Confiar en la solicitud amorosa de Dios.
- - Vivir la fraternidad universal en alegre hermandad con toda la creación.
- - Profesar una tierna devoción a María, Madre de Dios y de los hombres.
- - Permanecer en la alegría, aún en la Cruz.
Nuestro Instituto, desde los inicios, se ha distinguido por el espíritu misionero y anhela ahondar esta nota que llevamos explícitamente en el nombre, con nuestro testimonio de vida evangélica y fraterna, anunciando la Buena Nueva en todos nuestros apostolados. El espíritu misionero de nuestro Instituto comprende las siguientes características:
- - La disponibilidad para ser enviadas a cualquier parte del mundo, donde las necesidades de la Iglesia lo requieran.
- - El testimonio de vida evangélica personal y comunitaria.
- - El anuncio del Evangelio, especialmente a los más alejados y necesitados de promoción humana y social, colaborando en la tarea primaria de la misión, que es hacer presente a la Iglesia donde todavía no lo está.
La Virgen María es, para nosotras, modelo de seguimiento de Cristo y de conformación de la vida a la voluntad de Dios y, como nos lo recuerda la Iglesia, es aquella que después de Cristo ocupa, en la Santa Iglesia, el lugar más alto y a la vez el más próximo a nosotros.
Como franciscanas vivimos una devoción mariana, sintiendo a la Santísima Virgen como Madre y difundiendo esta devoción en nuestras obras apostólicas. La devoción a María impulsa nuestro espíritu misionero, ya que, juntamente con María, nos unimos a la voluntad salvífica universal de Dios, al misterio redentor de su Hijo, y a la obra santificadora del Espíritu Santo.